Así lo cuentan Beto y Sol
Ambos estábamos estudiando en la universidad, Sol ingeniera agrónoma y yo administración de empresas, y los sábados hacíamos un voluntariado. Un día nos enteramos que se necesitaban voluntarios para una obra en Madagascar, África. Y dijimos: nos recibimos a fin de año y vamos 3 meses.Nos entusiasmó la idea, pero claro, antes de ir un amigo nos dijo que si no hacíamos experiencias más profundas nos chocaríamos contra una pared. La propuesta era “entrenarse previo al viaje” durante 1 mes en alguna comunidad en Argentina que tenga condiciones similares a las que nos encontraríamos. Un verano de 2015 partimos hacia Weisburd, Santiago del Estero, al límite con Chaco.
Solo bastó que visitáramos el primer hogar para dimensionar lo que allí sucedía. Nos recibió Marta debajo de un algarrobo, junto a Santi de 2 añitos. Apenas empezó a hablar Marta comenzó a llorar. Nos decía que se sentía colapsada, muy sola, triste, desganada, angustiada y que sufría mucha violencia de su pareja, el mismo que mal trataba a Santi cuando llegaba a su casa después de gastar el dinero en alcohol. Continuó diciendo que los gritos y los maltratos en la casa era algo normal.
El rostro del pequeño resultó abrumador para nosotros, porque en un momento, mientras su mamá hablaba, sacamos de nuestra mochila un juguete envuelto en papel de regalo y se lo dimos, pero algo nos paralizó por completo: no quiso el regalo. Su rostro se mantuvo totalmente inexpresivo, como desahuciado, entristecido, solo abrazaba la pierna de su mamá.
Al ver esto, Marta nos dijo: “él tiene retraso, no habla, no ríe, no aprende nada”. Al oír esto sólo la abrazamos, nos agradeció por la visita y al rato nos retiramos.
No alcanzamos a hacer 50 metros que nos pusimos a llorar. ¿Cómo podemos ayudar a Marta para que Santi esté mejor? Allí, en ese instante sentado en una especie de banco de plaza, nacía Fundación Dignamente.
Comenzamos a estudiar los efectos que tenía para el desarrollo de Santi convivir en ese contexto de malos tratos, de violencia física y psicológica y algo nos volvió a iluminar: eso hacía que Santi no hablara, no reía, y no aprendía. Historias como las de Santi, habría miles en Argentina.
Y empezamos a imaginar: “Podríamos tener un espacio para que Santi al menos pueda jugar toda la mañana y Marta pueda tener un espacio para desahogarse, contar lo que le pasa, se eduque y aprenda que el mundo es mejor, que no tiene por qué estar viviendo esas situaciones todos los días, Santi no se merece eso”. Soñábamos con una Escuela pero diferente a cualquier otra, donde no sólo asistan los peques sino también su mamá y papá a educarse. El foco estaba en los adultos: las "Escuelas Dignamente"
Si bien la historia es triste, ambos somos personas muy alegres, por lo que no habría dudas de cuál sería la cultura de Dignamente: el entusiasmo y la pasión será nuestra bandera, de la misma forma que alentamos a Argentina en cada mundial.